viernes, 1 de agosto de 2008

3 ALVARO OBREGON (1880,1928)
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LAS CARICATURAS SI MATAN
EL 17 de julio de 1928 fue asesinado el general Alvaro Obregón, por un católico fanático, León Toral, quien se hizo pasar por caricaturista para consumar el asesinato. Con ese motivo subimos aquí el primero de los textos del historiador Héctor Aguilar Camín, que se han publicado en Milenio Diario, con el relato periodístico de ese magnicidio histórico
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MATAN A OBREGON...
NI TIEMPO LE DIERON DE VER SU CARICATURA
HECTOR AGUILAR CAMIN
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Son las dos y veinte de la tarde del 17 de julio de 1928 en el restorán La Bombilla, en las afueras campestres de la Ciudad de México. La diputación guanajuatense celebra al presidente electo y general invicto, Álvaro Obregón.

El mesero asturiano Vicente García ha puesto un plato de cabrito en el lado izquierdo del general. Ahora lleva un platón de frijoles al derecho. Entonces oye los disparos. Voltea y ve al caudillo desplomarse, entre la mesa y su asiento. Su caída es evitada en un primer momento por el mismo victimario, quien lo sostiene de la axila del brazo que le queda al general, que es el izquierdo.

Al sentirse herido, Obregón inclina la cabeza hacia adelante con un gesto de dolor en el rostro, se dobla en la silla, resbala sobre su costado, golpea con la frente el borde de la mesa y rueda bajo ella.

En el primer instante nadie se da cuenta de lo que sucede, muchos piensan que los disparos son un efecto de la batería conque la Orquesta Típica del maestro Esparza Oteo subraya los ímpetus festivos de la pieza que toca llamada “El limoncito”.

El redactor del diario Excélsior come unos metros enfrente de Obregón, en el lugar asignado a los cronistas parlamentarios. Ve al asesino empuñando la pistola, fruncido el ceño, la boca del arma recargada sobre la espalda de su víctima.

Distintos comensales brincan de sus asientos hacia el asesino, quien no hace por defenderse, permanece de pie con el ceño fruncido y los ojos a medio cerrar.

El primero en sujetarlo es el presunto diputado por Guanajuato, Enrique Fernández Martínez, quien recibe en la cara un bofetón no del dibujante, sino de uno de los comensales que se arrojan sobre el homicida, tratando de golpearlo con los puños y con las cachas de sus pistolas.

Todos van armados, pero no se dispara un solo tiro. Según unos, el asesino dice: “No me maten”. Según otros, dice es: “Mátenme”. Algunos más no lo oyen pronunciar palabra.

El coronel Juan J. Jaime, ayudante del caudillo, lleva al asesino de los pelos a un rincón. Le tuerce el brazo y quiere ejecutarlo a quemarropa. Lo domina la voz resonante de Aurelio Manrique: “¡No lo mate, coronel, para que cante! Su vida es la clave para descubrir toda la trama del crimen”.

El espectáculo del banquete interrumpido no puede ser más agitado. Se oyen gritos iracundos y vacíos: “¡Asesino!” gritan unos, “¡Cobarde!”. Otros anuncian: “¡Han matado a nuestro presidente!”, “¡Han asesinado al general Obregón!”.